miércoles, 13 de abril de 2022

El racismo colombiano salió del closet y está en campaña política

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Claudia Mosquera Rosero-LabbéPh. D. en Trabajo Social, directora del Grupo de Investigación Sobre Igualdad Racial, Diferencia Cultural, Conflictos Ambientales y Racismo en las Américas Negras (Idcarán), Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede de La Paz

Todos los discursos racistas escuchados hasta ahora buscan que Francia Márquez dude de sus capacidades para devolverla al lugar subalternizado que la instituyó como incapaz de jalonar procesos de transformación social para las “mayorías minorizadas”. La sabiduría para responder a los ataques ha sido sorprendente.

En Colombia, como en otros países latinoamericanos y caribeños, se niega de manera sistemática el enquiste del racismo en la vida cotidiana, en las instituciones estatales, en las estructuras económicas, y poco se acepta la existencia de geografías racializadas tanto en lo rural como en lo urbano en donde las vidas humanas y las esperanzas de las personas y familias negras parecieran sin valor, al no ser depositarias de derechos sociales fundamentales y sometidas a las violencias, devastaciones y despojos del capital de manera cíclica o perpetua. Allí están los datos que expresan el racismo estructural: la gente de ascendencia africana tiene menos años esperanza de vida, menos posibilidades de ingreso al sistema educativo, y las juventudes afrodescendientes mayores posibilidades de muertes violentas. 

Para esconder el racismo, las élites se han aferrado a la ideología del mestizaje y al mito de la igualdad formal y de la no discriminación republicana liberal. En algunos momentos los grupos sociales beneficiarios de la ideología del mestizaje llaman a la bestia, le permiten salir del closet, la desatan y le piden restablecer las relaciones raciales hegemónicas que justifican las desigualdades, le recomiendan que memoricemos que la acumulación de capital tiene una asimetría racial estructurante. 

Ante la presencia de una mujer negra cimarrona en la escena público-política, el racismo se hizo invitar a estas extenuantes elecciones a Congreso, consultas interpartidistas y escogencia de una fórmula presidencial. 

Las personas insertas en el mundo alterno que han creado las redes sociales han sido testigas –y en ocasiones protagonistas– de la circulación de todas las aristas de la gramática racial criolla pese al encubrimiento del que goza el racismo desde hace siglos, haciendo daños en total impunidad, complicidad y silencio. 

También observamos un repudio ético hacia los discursos racistas que han inundado la esfera pública por parte de personas muy activas en las redes sociales, pero han sido los columnistas de diarios no hegemónicos, de provincia, los primeros en reaccionar para desaprobar y denunciar esta gramática deshumanizante.

El discurso racista como dispositivo para frenar el fenómeno político Francia Márquez   

Hubo que esperar 30 años para que una personalidad del talante de Francia Márquez irrumpiera en el escenario público representando a las nuevas subjetividades políticas que emergieron con el desarrollo de la Constitución de 1991. 

Francia Márquez es el bálsamo que necesitaba Colombia después de la pandemia por COVID-19, la cual desnudó la crudeza de las desigualdades socioterritoriales en el acceso a salud y en el número de hogares que quedaron aún más vulnerabilizados ante la pérdida de ingresos formales e informales para las familias. Es la articuladora de lo que el Paro Nacional significó para repensar un nuevo contrato social sin uribismo. 

La conexión que tiene Francia con un amplio espectro de sectores sociales es innegable. Está sintonizada con los pueblos o grupos históricamente excluidos, las diversidades sexuales, las mujeres racializadas o mestizas empobrecidas, las juventudes de las barriadas, universitarios politizados, milennials, con las personas vinculadas al arte, con gestores culturales y comunitarios, con campesinos, artesanos, trabajadores informales y con ambientalistas, con las clases medias y altas progresistas, entre otros. En últimas con todos aquellos que entienden la necesidad de juntar las diversas luchas por la vida hasta que la dignidad se vuelva costumbre, pensamiento y práctica cotidiana e institucional. 

¿Si Francia Márquez no ocupara el lugar que hoy tiene en la escena público-política recibiría las injurias racistas que hemos escuchado y leído en los últimos meses?, la respuesta es sí. El racismo, aunque se niega a sí mismo para pasar por debajo del radar de las relaciones sociales, es un sensor que siempre reacciona en donde detecta un cuerpo negro generizado, sexuado y con una clase social a cuestas. 

Lo que diferencia los nuevos ataques racistas que recibió cuando formaba parte de la Consulta, y hoy como candidata a la Vicepresidencia por el Pacto Histórico, radica en que estos buscan callar, distraer, distorsionar su pensamiento político y el proyecto de transformación social en el que ella participa; busca agotarla, extenuarla, minar su extraordinaria energía, inteligencia, carisma, capacidad de inspirar y de transmitir esperanza a una sociedad para que sea más sensible y que actúe de manera activa ante los grandes desafíos que hoy nos unen: la política de y para la vida, el presente y futuro de las nuevas generaciones, las crisis climáticas, la potenciación bioeconómica, social y política de las regiones, el reconocimiento de las geografías regionales y culturales como fuentes de prosperidad, y frenar la necropolítica que se desarrolla en los “territorios-laboratorios” del Estado y del capital, y que son los escenarios de muertes, llantos y miedos. 

Todos los discursos racistas escuchados hasta ahora buscan que Francia Márquez dude de sus capacidades, para devolverla al lugar subalternizado que la instituyó como incapaz de jalonar procesos de transformación social para las “mayorías minorizadas”. La sabiduría para responder a estos ataques ha sido sorprendente. Una mujer curtida en la resistencia de los pueblos ante el capital arrasador de la vida y de la naturaleza sabe que el racismo es un dispositivo para frenar la disputa del poder político del Estado para la vida sabrosa y dignificada. 

Francia es el producto de un largo proceso histórico-político que se configuró en los territorios de libertad de los africanos que llegaron y de sus descendientes, espacios habitados por seres humanos que renacieron y que reconstruyeron innumerables conocimientos y prácticas políticas situadas, que se convirtieron en los defensores de la vida, que crearon etno-tecnologías, que se hermanaron con la biodiversidad para llenar de culturas la naturaleza e inventaron una eficaz ontología comunitaria. 

 

Tales espacios crearon vigorosas naciones culturales alternas al Estado-nación, y crearon además palabras en un lenguaje decolonial que amasija los afectos, las emociones  y la vida renacida después de semejante travesía transatlántica: juntanza, muntu, uramba, revulú, kuagro, malungaje, mayora y un largo etc. En estas naciones culturales siempre han cohabitado los pueblos indígenas y todas las culturas campesinas, por ello no es de extrañar la fraternidad interpretativa que existe entre estos grupos sociales y Francia Márquez. 

Ella ha sido y seguirá siendo atacada por todo lo que ella representa: a las mujeres verracas, inteligentes y trabajadoras de este país, a las que les cabe en la cabeza un proyecto que reconoce que somos lo que construimos mediante mandatos sociales colectivos (soy porque somos) desde abajo, que están anclados en la larga historia por la dignificación de la humanidad, en la capacidad de renacer después de las grandes adversidades y por ende de construir sociedades en donde las violencias y las muertes nos sean la regla sino la excepción. 

El costo de todo esto es la racialización de su ser y de su pensamiento político que abarca e interpreta a un amplio espectro de deseantes del vivir sabroso como seres humanos. Aché y larga vida para Francia Márquez Mina. Voz 1: ¿De qué Minas? De los Minas de Suárez Cauca. Voz 2: también de los del Fuerte Elmina

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