Todos los discursos racistas escuchados hasta ahora buscan que Francia
Márquez dude de sus capacidades para devolverla al lugar subalternizado que la
instituyó como incapaz de jalonar procesos de transformación social para las
“mayorías minorizadas”. La sabiduría para responder a los ataques ha sido
sorprendente.
En Colombia, como en otros países latinoamericanos y caribeños, se niega de
manera sistemática el enquiste del racismo en la vida cotidiana, en las
instituciones estatales, en las estructuras económicas, y poco se acepta la
existencia de geografías racializadas tanto en lo rural como en lo urbano en
donde las vidas humanas y las esperanzas de las personas y familias negras
parecieran sin valor, al no ser depositarias de derechos sociales fundamentales
y sometidas a las violencias, devastaciones y despojos del capital de manera
cíclica o perpetua. Allí están los datos que expresan el racismo estructural:
la gente de ascendencia africana tiene menos años esperanza de vida, menos
posibilidades de ingreso al sistema educativo, y las juventudes
afrodescendientes mayores posibilidades de muertes violentas.
Para esconder el racismo, las élites se han aferrado a la ideología del
mestizaje y al mito de la igualdad formal y de la no discriminación republicana
liberal. En algunos momentos los grupos sociales beneficiarios de la ideología
del mestizaje llaman a la bestia, le permiten salir del closet, la desatan y le
piden restablecer las relaciones raciales hegemónicas que justifican las
desigualdades, le recomiendan que memoricemos que la acumulación de capital
tiene una asimetría racial estructurante.
Ante la presencia de una mujer negra cimarrona en
la escena público-política, el racismo se hizo invitar a estas extenuantes
elecciones a Congreso, consultas interpartidistas y escogencia de una fórmula
presidencial.
Las personas insertas en el mundo alterno que han creado las redes sociales
han sido testigas –y en ocasiones protagonistas– de la circulación de todas las
aristas de la gramática racial criolla pese al encubrimiento del que goza el
racismo desde hace siglos, haciendo daños en total impunidad, complicidad y
silencio.
También observamos un repudio ético hacia los discursos racistas que han
inundado la esfera pública por parte de personas muy activas en las redes
sociales, pero han sido los columnistas de diarios no hegemónicos, de
provincia, los primeros en reaccionar para desaprobar y denunciar esta
gramática deshumanizante.
El discurso racista como dispositivo para frenar el fenómeno político
Francia Márquez
Hubo
que esperar 30 años para que una personalidad del talante de Francia Márquez
irrumpiera en el escenario público representando a las nuevas subjetividades
políticas que emergieron con el desarrollo de la Constitución de 1991.
Francia
Márquez es el bálsamo que necesitaba Colombia después de la pandemia por
COVID-19, la cual desnudó la crudeza de las desigualdades socioterritoriales en
el acceso a salud y en el número de hogares que quedaron aún más
vulnerabilizados ante la pérdida de ingresos formales e informales para las
familias. Es la articuladora de lo que el Paro Nacional significó para repensar
un nuevo contrato social sin uribismo.
La
conexión que tiene Francia con un amplio espectro de sectores sociales es
innegable. Está sintonizada con los pueblos o grupos históricamente excluidos,
las diversidades sexuales, las mujeres racializadas o mestizas empobrecidas,
las juventudes de las barriadas, universitarios politizados, milennials, con las
personas vinculadas al arte, con gestores culturales y comunitarios, con
campesinos, artesanos, trabajadores informales y con ambientalistas, con las
clases medias y altas progresistas, entre otros. En últimas con todos aquellos
que entienden la necesidad de juntar las diversas luchas por la vida hasta que
la dignidad se vuelva costumbre, pensamiento y práctica cotidiana e
institucional.
¿Si
Francia Márquez no ocupara el lugar que hoy tiene en la escena público-política
recibiría las injurias racistas que hemos escuchado y leído en los últimos
meses?, la respuesta es sí. El racismo, aunque se niega a sí mismo para pasar
por debajo del radar de las relaciones sociales, es un sensor que siempre
reacciona en donde detecta un cuerpo negro generizado, sexuado y con una clase
social a cuestas.
Lo
que diferencia los nuevos ataques racistas que recibió cuando formaba parte de
la Consulta, y hoy como candidata a la Vicepresidencia por el Pacto Histórico,
radica en que estos buscan callar, distraer, distorsionar su pensamiento
político y el proyecto de transformación social en el que ella participa; busca
agotarla, extenuarla, minar su extraordinaria energía, inteligencia, carisma,
capacidad de inspirar y de transmitir esperanza a una sociedad para que sea más
sensible y que actúe de manera activa ante los grandes desafíos que hoy nos
unen: la política de y para la vida,
el presente y futuro de las nuevas generaciones, las crisis climáticas, la
potenciación bioeconómica, social y política de las regiones, el reconocimiento
de las geografías regionales y culturales como fuentes de prosperidad, y frenar
la necropolítica que se desarrolla en los “territorios-laboratorios” del Estado
y del capital, y que son los escenarios de muertes, llantos y miedos.
Todos
los discursos racistas escuchados hasta ahora buscan que Francia Márquez dude
de sus capacidades, para devolverla al lugar subalternizado que la instituyó
como incapaz de jalonar procesos de transformación social para las “mayorías
minorizadas”. La sabiduría para responder a estos ataques ha sido sorprendente.
Una mujer curtida en la resistencia de los pueblos ante el capital arrasador de
la vida y de la naturaleza sabe que el racismo es un dispositivo para frenar la
disputa del poder político del Estado para la vida sabrosa y dignificada.
Francia
es el producto de un largo proceso histórico-político que se configuró en los
territorios de libertad de los africanos que llegaron y de sus descendientes,
espacios habitados por seres humanos que renacieron y que reconstruyeron
innumerables conocimientos y prácticas políticas situadas, que se convirtieron
en los defensores de la vida, que crearon etno-tecnologías, que se hermanaron
con la biodiversidad para llenar de culturas la naturaleza e inventaron una
eficaz ontología comunitaria.
Tales
espacios crearon vigorosas naciones culturales alternas al Estado-nación, y crearon
además palabras en un lenguaje decolonial que amasija los afectos, las
emociones y la vida renacida después de semejante travesía
transatlántica: juntanza, muntu, uramba, revulú, kuagro, malungaje, mayora y un
largo etc. En estas naciones culturales siempre han cohabitado los pueblos
indígenas y todas las culturas campesinas, por ello no es de extrañar la
fraternidad interpretativa que existe entre estos grupos sociales y Francia
Márquez.
Ella
ha sido y seguirá siendo atacada por todo lo que ella representa: a las mujeres
verracas, inteligentes y trabajadoras de este país, a las que les cabe en la
cabeza un proyecto que reconoce que somos lo que construimos mediante mandatos
sociales colectivos (soy porque somos) desde abajo, que están anclados en la
larga historia por la dignificación de la humanidad, en la capacidad de renacer
después de las grandes adversidades y por ende de construir sociedades en donde
las violencias y las muertes nos sean la regla sino la excepción.
El
costo de todo esto es la racialización de su ser y de su pensamiento político
que abarca e interpreta a un amplio espectro de deseantes del vivir sabroso
como seres humanos. Aché y larga vida para Francia Márquez Mina. Voz 1: ¿De qué
Minas? De los Minas de Suárez Cauca. Voz 2: también de los del Fuerte Elmina.
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